En la Sierra de las Minas, los árboles crecen en el cielo

“No hablen”, advierte la guía en la Sierra de las Minas. “Podríamos encontrarnos con un pavo de cacho”, murmura alguien. “Aunque tal vez lo confundan con un unicornio”, dice otro. 

La Reserva de la Biósfera de Sierra de las Minas se extiende por cinco departamentos y llega a alcanzar hasta 3 mil 100 metros sobre el nivel del mar. Foto: Sandra Sebastián

Por Sandra Sebastián

La Reserva de la Biósfera Sierra de las Minas, cuyo cuidado está a cargo del Consejo Nacional de Áreas Protegidas(Conap) y la Fundación Defensores de la Naturaleza (FDN) desde 1990, es uno de los pulmones verdes más importantes de Guatemala.

Esta cadena montañosa de 240,537 hectáreas se extiende por cinco departamentos del país y alcanza alturas de hasta 3 mil 010 metros sobre el nivel del mar. 

Reconocida por la UNESCO dentro del programa “El hombre y la biósfera”, esta área protegida alberga el bosque nuboso más extenso de Centroamérica, un ecosistema vital para la conservación de especies como el quetzal y que actúa como un regulador natural del clima y del agua. 

Lluvia horizontal

Más allá de su belleza, los árboles de Sierra de las Minas cumplen funciones esenciales: capturan humedad, protegen los suelos y dan origen a más de 60 ríos que abastecen a los valles del Motagua y Polochic. 

La Sierra de las Minas está está repleto de musgos, helechos, orquídeas y otras especies endémicas. Foto: Sandra Sebstián

En las zonas más altas ocurre un fenómeno casi mágico: la lluvia horizontal. Las nubes se deslizan entre los árboles, y sus musgos y líquenes condensan el vapor, transformándolo en gotas de agua. Es una lluvia invisible que solo se vuelve tangible gracias a estos gigantes verdes que atrapan la niebla.

Este bosque está repleto de musgos, helechos, orquídeas y otras especies endémicas. “Aquí hay especies de árboles y arbustos primitivos como los helechos, que fueron de las primeras plantas que aparecieron en el planeta”, explica Rudy Bautista, ingeniero agrónomo y director de la Reserva de la Biósfera Sierra de las Minas.

Además, esta zona boscosa funciona como banco natural de semillas, esencial para la regeneración ecológica.

La tierra del encino

En lo profundo de la biosfera de la Sierra de las Minas, se alza El Abuelo, un encino que ha resistido el paso de siglos. Foto: Sandra Sebastián

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En este lugar, las aves y murciélagos son dispersores naturales de semillas, junto con el viento. “Son aliados invisibles en la regeneración del bosque”. Allí donde la humedad y la luz se combinan, una semilla germina y comienza una nueva historia de vida”, explica Milton Solís, ingeniero agrónomo y coordinador territorial de la FDN.

“Aquí crecen árboles de gran diversidad: pinos, encinos, pinabetes, naranjillos y cipresillos, entre otras especies identificadas en la zona. Sin embargo, el encino es el más representativo de este tipo de bosque. Algunos alcanzan hasta un metro o 1.20 metros de grosor, y alturas superiores a los 30 y 40 metros”, destaca Solís. Encinos y pinos se alzan como los verdaderos gigantes del paisaje forestal.

En lo profundo de la biosfera de la Sierra de las Minas, se alza El Abuelo, un árbol que ha resistido el paso de siglos. 

Es un majestuoso encino que, según estimaciones de expertos forestales, podría tener entre 500 y 700 años. Su imponente altura, grosor y biodiversidad lo convierten no solo en un símbolo natural de la Sierra de las Minas, sino también en el hábitat de un universo. 

Siete siglos

Conservar a El Abuelo no es solo proteger un árbol, sino preservar un ecosistema entero, un sistema donde todo está interconectado. Foto: Sandra Sebastián

Quienes lo visitan lo describen como una presencia mística. “Quien no viene a ver al Abuelo, no vino a la Sierra de las Minas”, afirma Bautista. No solo por su longevidad, sino por la imagen única  que ofrecía: durante años, un pino creció sobre sus ramas, como si un árbol hubiera brotado del cielo. 

Alcanzó más de 12 metros de altura, hasta que la sequía de 2024 puso fin a su vida, pero quedó su historia, como un recuerdo arraigado en lo más alto del bosque. Mientras tanto, El Abuelo permanece en pie, testigo del equilibrio delicado entre la fragilidad y la fuerza que sostienen este ecosistema antiguo.

Sobre su corteza habitan plantas epífitas como tilancias, orquídeas, gallitos, helechos «cola de quetzal» y cactus. Hongos, líquenes, microorganismos y pequeños insectos conviven allí. También sirve de refugio para aves, mamíferos pequeños y monos aulladores, que han marcado su territorio en torno a él.

“Cada especie tiene una función. Si hay presencia de animales grandes, significa que toda la cadena trófica funciona. Desde los microorganismos hasta los depredadores, todos cumplen un rol”, señala Bautista.

Regenerar 

Hace 40 años, muchos de los árboles gigantes de la Sierra fueron talados. Pero desde que el área fue declarada protegida, comenzaron a crecer nuevas generaciones. Hoy, los más jóvenes tienen entre 30 y 40 años, y conviven con El Abuelo, que sigue en pie como un ancestro vivo que resguarda la historia de este bosque.

Conservarlo no es solo proteger un árbol, sino preservar un ecosistema entero, un sistema donde todo está interconectado. “Alterar una sola parte de este equilibrio puede provocar la desaparición de especies enteras”, advierten los expertos.

El Abuelo sostiene vida, biodiversidad y también historia. Su permanencia es prueba de que, cuando a la naturaleza se le respeta y cuida, puede sostenerse por siglos.


Esta nota es producto del Diplomado Fundamentos de la Conservación de la Naturaleza, apoyado por la Fundación Luis von Ahn y Defensores de la Naturaleza, coordinado por Laboratorio de Medios. Los autores son los responsables del contenido.

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